lunes, 25 de mayo de 2009

Francisco Molinero

Observaron con preocupación la superficie mientras el Núcleo registraba los detalles que le transmitían, para que el sistema subconsciente intentara encontrar una solución.
Hasta que lograron llegar a la fase de madurez, eones atrás, habían tenido que hacer frente a muchos problemas. Pero los únicos recuerdos de algo similar los habían encontrado en las estructuras cristalinas de memoria, de los tiempos en los que sólo algunas Partes del Todo eran conscientes de serlo. Y aún así quedaba claro que el problema había sido la lentitud adaptativa de algunas de aquellas Partes, no una resistencia consciente.
Pero lo que sucedía ahora era distinto. Aquello –no Parte– actuaba de forma brutal contra todas sus Partes y desdeñaba todos los intentos de comunicación que intentaban. Apagaba la consciencia de las Partes autónomas, provocando dolor como nunca habían sufrido. Desgarraba los tejidos de las Partes transformadoras, interrumpiendo sus procesos, y exhalaba a las Partes gaseosas sustancias nocivas y extrañas. Incluso llegaba a desgarrar las entrañas de las Partes sustentadoras, dañando muchos de los bancos minerales de memoria que se repartían a lo largo de su superficie.
Las Partes autónomas se mantenía alejadas de aquellas cosas bípedas, de aspecto frágil y extraña piel blanca, y de sus acompañantes metálicos, observando la destrucción. El núcleo por fin había obtenido una respuesta: agresividad. Todo debía cambiar, adaptarse a la nueva situación. El cambio iba a ser traumático. Todo agresivo no querría volver a ser reactivo. Todo no podría -querría- parar hasta ser Único. Todo comenzó a cambiar.

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