miércoles, 24 de junio de 2009

-xxx-

Cuando entro al cine miro hacia atrás, veo como ella entra detrás de mi, es morena, quizá algo mayor que yo, pero me parece muy atractiva. Tiene un aire a esas actrices francesas entradas en la cuarentena. Sin duda me ha sonreído, ya lo hizo a la entrada del cine, mientras miraba las fotos de la galería. Me quedo sujetando la puerta, cuando pasa por mi lado me dedica una sonrisa que es una señal indudable. Empiezo a seguirla por el pasillo, Dios, yo no hago estas cosas.

A la luz blanca del proyector el vuelo de su vestido hace que parezca que flote, sus piernas, acabadas en unos preciosos tobillos es un ineludible reclamo. Cruza toda la sala y al llegar a la primera fila, abre una puerta de emergencia que da al vestíbulo. Me detengo junto a la puerta, no se que hacer. Salgo tras ella hasta la calle.

Ahora estoy a punto de marcharme, avergonzado, temeroso, en la primera bocacalle me desvió. Ella se detiene junto a un escaparate, veo su rostro reflejado, me está mirando.

Se da la vuelta y camina hacia mi, es hermosa, o mejor. Noto el olor de su perfume, huele a ella. Se acerca y me besa, despacio, un escalofrío me recorre el cuerpo, su mano se cruza con la mía, seguimos caminando.

Subimos a su casa, en ese momento ya no se ni dónde estoy, me vuelve a besar esta vez de una manera húmeda, fuerte, como nunca me habían besado.

Nos desnudamos, o mejor, ella nos desnuda a ambos, sus labios recorren ahora todo mi cuerpo, yo busco sus pechos, su sexo, me dice que no tenga prisa, que me deje hacer, que disfrute.

Es una lucha, como dos ejercitos, cada uno intenta dominar al otro, imponerse, forzándole al placer, a que se rinda en un orgasmo como batalla final.

Consumamos ambos, primero yo, ella así lo ha querido, controlándo el proceso, como si supiera exáctamente como va todo.

Se acuesta a mi lado, ahora es aún más hermosa, cerramos los ojos, dormimos.


Me dice como se llama, pero noto que es mentira, no me importa, es parte del juego, de ese juego que es como, no sé.

Andre V.L.

Archivo encontrado el año 60, perteneciente a la epoca desconocida.


El sol está saliendo, la luz entra por las grietas de la pared. Casi me he acostumbrado al silencio y la soledad de este nuevo mundo, no sé cuánto tiempo llevo aquí, hace mucho que deje de contar los días, con la compañía de este cuaderno donde describo mi vida, no sé si por la esperanza de que algún día lo lea alguien o por la necesidad de tener consciencia de mi propia vida.
De noche tengo pesadillas con lo que fue un infierno que pensé no terminaría nunca, el fuego recorría las calles, los edificios se derrumbaban, mientras corría sin dirección fija oía los gritos y llantos de los que aterrorizados asumían que era el final. Yo no era consciente de mi propio miedo, solo corría corría con una fuerza y resistencia antes inexistente en mi. Llegue a lo alto de una montaña, donde encontré una pequeña cueva, el primer día todo eran reflejos del fuego, el segundo se produjo un diluvio, la mañana del tercer día, al despertar solo se apreciaba un silencio absoluto, el cansancio había vencido, sumiéndome en un sueño extrañamente reparador, decidí salir, mire en todas direcciones , todo se había convertido en una selva gigante, donde antes habían fincas, ahora crecían arboles enormes, era como si la naturaleza hubiera decidido revelarse. Me sorprendí por que esperaba encontrar un paisaje desolador, con gente llorando entre los escombros pero el paisaje que se descubría ante mis ojos era precioso, no quedaba rastro alguno de civilización, baje para ver si encontraba algún superviviente, no encontré a nadie, estaba rodeada de arboles repletos de frutos, plantas y flores de aromas y colores que jamás antes había visto.
Paso los días, paseando en busca de otro superviviente, leyendo una y otra vez los libros que por casualidad llevaba encima junto a este cuaderno, y que por suerte no abandone en mi huida, cada día me pregunto por qué yo sobreviví, se que tiene algo que ver con esta cueva, la encontré, sin saber que estaba aquí, sin buscarla, pero sé que eso me salvo de alguna manera. Ahora es mi hogar.
Me ruge el estomago, eso quiere decir que es hora de comer, por hoy he escrito bastante, tengo que reservar papel, no sé cuánto tiempo más estaré aquí o cuanto durara mi soledad. Espero no ser el unico.

CliBur

Aquel día el sol calentaba intensamente el asfalto, la suela de mis zapatos parecía ir a derretirse si no caminaba rápido, no recuerdo haber sudado tanto nunca. Como cada día me dirigía a casa después del trabajo, apenas son cuatro manzanas y el recorrido es bonito. Era primavera, los árboles y las flores iluminaban la alameda con mil colores y la impregnaban de relajantes olores.

Me sentía enormemente feliz, tenía un buen trabajo, una casa gigante, ya no sabía en que malgastar mi dinero, entonces le vi ahí sentado, con la espalda apoyada en el tronco de un olmo cuya sombra le ofrecía cobijo. Habían pasado muchos años pero enseguida reconocí sus ojos, no había perdido esa mirada inocente, la mirada de un niño que aún no conoce el odio ni el rencor, mi mejor amigo de la infancia, perdimos el contacto cuando mis padres me enviaron a estudiar a Estados Unidos y no había vuelto a saber nada de él hasta aquel día y ahí estaba, tirado en el suelo sin otro sitio a donde ir y con la única compañía de un perro. Giré la cabeza, hice como si no lo viera y seguí caminando hacia casa.

Han pasado dos años y aquí estoy, sin trabajo, sin dinero, sin casa. Me he reencontrado con mi antiguo amigo, el ha cuidado de mi durante estos seis meses, me ha enseñado a vivir en la calle, me ha dejado dormir en el mismo coche abandonado en el que duerme él hasta que me vaya acostumbrando a esta nueva vida. El hambre aprieta, mi estómago ruge, en todo este tiempo me he cruzado con varias personas que trabajaban conmigo, me miran, me reconocen y giran la cabeza como yo hice aquel día pero nada ha cambiado, sigo siendo el mismo, ¿o no?.

Tengo la cabeza de mi antiguo amigo bajo mi pie con la boca mordiendo el bordillo, un paquete de carne que alguien ha tirado a la basura ha sido la razón de nuestra pelea. Aunque no entiendo lo que dice se que está suplicando por su vida, llora, gime… Me pregunto que estoy haciendo, no estoy muy seguro, puede ser que lo que dijo mi amigo el día que me vio tirado en la calle y me acogió en su “casa” es cierto, hay gente buena y gente que parece serlo hasta que tiene la oportunidad de hacerte daño.

Deod

lunes, 22 de junio de 2009

William Northern

Camino por el empedrado, los portones de las casas crujen por la humedad de los días anteriores. En la muralla no se oye el murmullo de las voces de los vigías. No se ve un alma por la calle. Llego a la puerta de la taberna y está cerrada, no hay nadie en el banco de la puerta ni luz en la ventana. Me fijo y no hay luz en ninguna ventana. Un extraño fulgor me permite ver perfectamente todos los recodos del camino que he recorrido. Miro al cielo, pero la luna apenas brilla esta noche, cubierta por algunas nubes altas.
Vuelvo hacia casa ausente y noto como si alguien me observase, giro la esquina y me detengo. Espero unos instantes y me asomo a la calle, allí encuentro una figura en penumbra que me mira. Sus ojos se tornan verdes y me atraen. De repente todo mi alrededor se ensombrece hasta desaparecer y se apodera de mi un vértigo indescriptible, mientras caigo en un vacío infinito de pesada calma. Siento un calor que me abrasa por dentro. La noche me asfixia en una angustia infinita. Me veo rodeado de curvas que varían, se acercan y se alejan, permanezco inmóvil observando el ondular de las formas que se perfilan sobre una línea que define el horizonte. Poco a poco el horizonte desaparece para que la percepción caiga en un modelo bidimensional, donde la experiencia de mi yo físico no tiene cabida. Formas curvas son devoradas por gigantes entidades tridimensionales que distorsionan el plano, creando paradojas visuales que me arrastran hasta convertirme en sujeto pasivo de ese torbellino irreflexivo de cambios.
De repente un instante de calma que desconcierta mis sentidos. Solo un momento para tomar aire y padecer el vacío en el estómago que contiene un atávico miedo frente a la inmensidad del universo y la futilidad de mis pasos.
Una línea recta cruza el cuadro y nuevamente tiembla hasta que el universo se parte en dos bocas que tratan de absorberse en convulsos golpes.
Un mar comienza a subir bajo mis pies, a mi alrededor, noto la humedad creciente y una profunda sensación de incomodidad me transporta a otro plano.
Con un profundo suspiro abandono el sueño, incorporándome en la cama para coger aire. El sudor me empapa y los surcos de unas lágrimas recorren mi cara. El colchón está empapado por un líquido amarillo, me he meado.

Thomas Malory

Érase que se era un bosquecillo de olmos en el que la luz de la mañana se desliza entre las hojas verdes, algunas ya amarillentas por la llegada del otoño, iluminando la hierba y las flores tardías que crecen entre los árboles. Un riachuelo de agua cristalina se desliza perezosamente en su pedregoso cauce y, pese a que no tiene más de un palmo de profundidad, su tranquilizador sonido se esparce por la zona. Un pequeño puente de piedra cruza sobre el río permitiendo vadearlo a aquellos que transitan el camino que atraviesa el bosquecillo.

Dos ancianos caballeros avanzan a buen ritmo hacia el puente, cada uno a un lado del río. Al llegar al puente, cada uno en un extremo, ambos se paran. El blanco cabello del caballero de la margen izquierda contrasta con el negro del viejo capote de gruesa tela que le cubre los hombros. Su boca se curva en un gesto de desagrado.

-Hacía años que no nos veíamos, viejo. Maldita sea mi suerte.

El caballero de la derecha frunce su espeso ceño gris y en sus ojos, ensombrecidos por la visera, brilla una chispa de enojo.

-¿A quién llamáis viejo, anciano? Mala suerte la mía, por haberos encontrado. Haceros a un lado para que pueda cruzar.

-¿Que yo me aparte? ¡Rufián insolente! Vos sois quien debéis cederme el paso. Mostrad respeto y no me hagáis perder el tiempo.

-¡Ja! Palabrería necia y sin sentido. ¡Apartaos – gritó cerrando con fuerza el puño alrededor del mango – antes de que tenga que hacer entrar la razón en esa dura mollera que tenéis a base de golpes!

-Patán estulto – respondió mientras avanza por el puente-. Nunca es tarde para aprender modales.

-Batracio descerebrado – resopló, avanzando a su vez.

Ambos se encuentran en mitad del puente, lanzándose golpes e improperios a diestra y siniestra. Enzarzados en la pelea, ambos maniobran alrededor del contrario, para acabar cada uno en el lado opuesto al que empezaron, aún dándose golpes. Entre los árboles sale un jardinero, que a gritos les increpa.

-¿Pero qué es tanto escándalo? Venga, cada uno por su lado, que se oye su trifulca desde el otro extremo del jardín.- Y mientras los dos ancianos se alejan refunfuñando, apoyándose en sus bastones, murmura- Mira que se aburren estos jubilados...

Moraleja: Por viejo es sabio el diablo. El hombre, viejo o joven, por ser hombre es imbécil. Y la mujer, también.

lunes, 1 de junio de 2009

Sirob naiv

Desde un profundo sueño, silencioso, reparador de las heridas que aún quedaban en su cuerpo surgió un instinto, ese que le activaba, invitándole a salir de la maravilla onírica que le rodeaba. Se levantó y ligero llegó a la puerta. Cuando esta se abrió la luz del sol le convidó a salir, pero un rumor interior le recordó que debía alimentarse. Un día más su voz desgarrada activó el proceso, como en un baile mágico los sucesos, los seres, las cosas y el mismo se enredaron en una coreografía que completaba su deseo. Mientras esperaba a que se le sirviera contempló la imagen en el espejo del fondo. Aquel ser apuesto, curvilíneo y musculoso realizaba con precisión todos los movimientos que el creía propios. Su falta de olor y su mimética actuación le sorprendieron al principio, pero al cabo de un tiempo comprendió que era el mismo, en magnífica representación.

De la misma manera había llegado a comprenderse, a saber que todo allí estaba para su disfrute. Sabía que sólo con su voz podía conseguir lo que era inimaginable para el resto de su especie. Ese poder que ahora tenía lo mejoraba, lo hacía más fuerte, más resistente.

Abandonó esas elucubraciones mientras se lamía la pata, saltó la valla que cerraba el espacio dónde se alimentaba y con un majestuoso paso se encaminó a la ventana que daba a la calle. Hoy volvería a ser el macho dominante, el primer rey de la nueva especie. El superrato.