lunes, 22 de junio de 2009

Thomas Malory

Érase que se era un bosquecillo de olmos en el que la luz de la mañana se desliza entre las hojas verdes, algunas ya amarillentas por la llegada del otoño, iluminando la hierba y las flores tardías que crecen entre los árboles. Un riachuelo de agua cristalina se desliza perezosamente en su pedregoso cauce y, pese a que no tiene más de un palmo de profundidad, su tranquilizador sonido se esparce por la zona. Un pequeño puente de piedra cruza sobre el río permitiendo vadearlo a aquellos que transitan el camino que atraviesa el bosquecillo.

Dos ancianos caballeros avanzan a buen ritmo hacia el puente, cada uno a un lado del río. Al llegar al puente, cada uno en un extremo, ambos se paran. El blanco cabello del caballero de la margen izquierda contrasta con el negro del viejo capote de gruesa tela que le cubre los hombros. Su boca se curva en un gesto de desagrado.

-Hacía años que no nos veíamos, viejo. Maldita sea mi suerte.

El caballero de la derecha frunce su espeso ceño gris y en sus ojos, ensombrecidos por la visera, brilla una chispa de enojo.

-¿A quién llamáis viejo, anciano? Mala suerte la mía, por haberos encontrado. Haceros a un lado para que pueda cruzar.

-¿Que yo me aparte? ¡Rufián insolente! Vos sois quien debéis cederme el paso. Mostrad respeto y no me hagáis perder el tiempo.

-¡Ja! Palabrería necia y sin sentido. ¡Apartaos – gritó cerrando con fuerza el puño alrededor del mango – antes de que tenga que hacer entrar la razón en esa dura mollera que tenéis a base de golpes!

-Patán estulto – respondió mientras avanza por el puente-. Nunca es tarde para aprender modales.

-Batracio descerebrado – resopló, avanzando a su vez.

Ambos se encuentran en mitad del puente, lanzándose golpes e improperios a diestra y siniestra. Enzarzados en la pelea, ambos maniobran alrededor del contrario, para acabar cada uno en el lado opuesto al que empezaron, aún dándose golpes. Entre los árboles sale un jardinero, que a gritos les increpa.

-¿Pero qué es tanto escándalo? Venga, cada uno por su lado, que se oye su trifulca desde el otro extremo del jardín.- Y mientras los dos ancianos se alejan refunfuñando, apoyándose en sus bastones, murmura- Mira que se aburren estos jubilados...

Moraleja: Por viejo es sabio el diablo. El hombre, viejo o joven, por ser hombre es imbécil. Y la mujer, también.

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