lunes, 1 de junio de 2009

Sirob naiv

Desde un profundo sueño, silencioso, reparador de las heridas que aún quedaban en su cuerpo surgió un instinto, ese que le activaba, invitándole a salir de la maravilla onírica que le rodeaba. Se levantó y ligero llegó a la puerta. Cuando esta se abrió la luz del sol le convidó a salir, pero un rumor interior le recordó que debía alimentarse. Un día más su voz desgarrada activó el proceso, como en un baile mágico los sucesos, los seres, las cosas y el mismo se enredaron en una coreografía que completaba su deseo. Mientras esperaba a que se le sirviera contempló la imagen en el espejo del fondo. Aquel ser apuesto, curvilíneo y musculoso realizaba con precisión todos los movimientos que el creía propios. Su falta de olor y su mimética actuación le sorprendieron al principio, pero al cabo de un tiempo comprendió que era el mismo, en magnífica representación.

De la misma manera había llegado a comprenderse, a saber que todo allí estaba para su disfrute. Sabía que sólo con su voz podía conseguir lo que era inimaginable para el resto de su especie. Ese poder que ahora tenía lo mejoraba, lo hacía más fuerte, más resistente.

Abandonó esas elucubraciones mientras se lamía la pata, saltó la valla que cerraba el espacio dónde se alimentaba y con un majestuoso paso se encaminó a la ventana que daba a la calle. Hoy volvería a ser el macho dominante, el primer rey de la nueva especie. El superrato.

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