lunes, 22 de junio de 2009

William Northern

Camino por el empedrado, los portones de las casas crujen por la humedad de los días anteriores. En la muralla no se oye el murmullo de las voces de los vigías. No se ve un alma por la calle. Llego a la puerta de la taberna y está cerrada, no hay nadie en el banco de la puerta ni luz en la ventana. Me fijo y no hay luz en ninguna ventana. Un extraño fulgor me permite ver perfectamente todos los recodos del camino que he recorrido. Miro al cielo, pero la luna apenas brilla esta noche, cubierta por algunas nubes altas.
Vuelvo hacia casa ausente y noto como si alguien me observase, giro la esquina y me detengo. Espero unos instantes y me asomo a la calle, allí encuentro una figura en penumbra que me mira. Sus ojos se tornan verdes y me atraen. De repente todo mi alrededor se ensombrece hasta desaparecer y se apodera de mi un vértigo indescriptible, mientras caigo en un vacío infinito de pesada calma. Siento un calor que me abrasa por dentro. La noche me asfixia en una angustia infinita. Me veo rodeado de curvas que varían, se acercan y se alejan, permanezco inmóvil observando el ondular de las formas que se perfilan sobre una línea que define el horizonte. Poco a poco el horizonte desaparece para que la percepción caiga en un modelo bidimensional, donde la experiencia de mi yo físico no tiene cabida. Formas curvas son devoradas por gigantes entidades tridimensionales que distorsionan el plano, creando paradojas visuales que me arrastran hasta convertirme en sujeto pasivo de ese torbellino irreflexivo de cambios.
De repente un instante de calma que desconcierta mis sentidos. Solo un momento para tomar aire y padecer el vacío en el estómago que contiene un atávico miedo frente a la inmensidad del universo y la futilidad de mis pasos.
Una línea recta cruza el cuadro y nuevamente tiembla hasta que el universo se parte en dos bocas que tratan de absorberse en convulsos golpes.
Un mar comienza a subir bajo mis pies, a mi alrededor, noto la humedad creciente y una profunda sensación de incomodidad me transporta a otro plano.
Con un profundo suspiro abandono el sueño, incorporándome en la cama para coger aire. El sudor me empapa y los surcos de unas lágrimas recorren mi cara. El colchón está empapado por un líquido amarillo, me he meado.

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