jueves, 23 de julio de 2009

B. A. Barracus

Abrió los ojos, pero lo único que había a su alrededor era oscuridad. Y el dolor. Un dolor intenso y constante que subía desde su pierna derecha, que le hizo rechinar los dientes. Por un momento temió volver a desmayarse, pero resistió como pudo. El aire frío que le acariciaba el rostro le ayudó a ello. Estaba recostado contra un terraplén irregular, con el cuerpo recostado contra el lado derecho. Alzó un poco la vista y vio las estrellas en el cielo, por encima de un borde circular de tierra. “Un cráter”, pensó mientras respiraba entrecortadamente. El cráter de un obús, por el tamaño que tenía. El dolor no remitía, así que comenzó a palpar con cuidado con sus manos. Por debajo de la rodilla la pierna se curvaba en un ángulo antinatural, donde los huesos se habían roto. Aguantando el dolor buscó si el hueso había traspasado la piel, pero no encontró sangre ni humedad en el pantalón. Rezó por que no tuviera una hemorragia interna. La posición en la que se encontraba empeoraba la situación ya que gran parte de su peso se apoyaba en aquel punto. Haciendo un esfuerzo se incorporó y se dejó caer de espaldas. Una punzada de dolor le recorrió de arriba a abajo y volvió a la inconsciencia.

Cuando volvió a abrir los ojos el dolor de la pierna era menos intenso, lo que le permitió notar el dolor que venía del resto del cuerpo. Los brazos, las costillas de su lado derecho, los oídos, las punzadas en las sienes... Los efectos de una explosión y de la caída en el cráter, probablemente. No recordaba cómo había sido, pero recordaba vagamente el avance hacia las trincheras enemigas en medio de los disparos, el olor a pólvora y el sonido de las explosiones. Debía de haber permanecido bastante tiempo inconsciente porque, por lo que veía del cielo, era noche cerrada. Respirando profundamente observó la negrura infinita, tachonada de pequeñas luces blancas, brillantes. No oía ruido alguno, salvo el producido por el viento y el zumbido de sus propios oídos. Pensó en su mujer, en su pequeña granja, en los planes que habían hecho para el futuro. En lo mucho que le había ayudado pensar en ella. Le pareció extraño que se encontrase tan en calma en aquel lugar, en medio del campo de batalla. Incluso el cielo aparecía despejado, límpido, sin una sola nube. Las noches en el campamento eran más agitadas, con los hombres que hacían guardia moviéndose entre los compañeros que dormían como podían, apoyados unos contra otros, y las conversaciones de los no podían dormir. Estuvo tentado de gritar, pero no sabía si estaba cerca de sus líneas o de las del enemigo. En ese caso su camisa blanca le permitiría hacer una bandera. Pero debía esperar al día para ello. El rocío de la noche le humedecía la cara, refrescándole y rebajando la fiebre que empezaba a sentir.

Un poco de claridad empezó a aparecer desde el borde. El cielo había dejado de ser negro para pasar a un color azul violáceo. Incluso las sombras del fondo se disipaban, a medida que la luz se deslizaba por la pendiente de tierra hacía él. Ahora podría intentar ver a qué distancia estaba de sus líneas. El silencio del amanecer se quebró con el ruido de los disparos. Oyó el retumbar de la artillería y el silbido en el aire de los obuses. Comprendió entonces que la luz del día no le alcanzaría. Cerró los ojos con fuerza, y sólo pudo susurrar un quedo “te quiero” antes de recibir el impacto.

(después de montar un tanque en un desguace)


*[...]. Oyó el retumbar de la artillería y el silbido en el aire de los obuses. Comprendió entonces que la luz del día no le alcanzaría. Miró hacia el borde, y sólo pudo gritar un sonoro “HIJOS DE PUTA” antes de recibir el impacto.

(en su estado normal)


*[...] Oyó el retumbar de la artillería y el silbido en el aire de los obuses. Comprendió entonces que la luz del día no le alcanzaría. Cerró los ojos, y sólo pudo decir “cagón mi puta calavera” antes de recibir el impacto.

(después de saber que va a tener que coger un avión)

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